Quiero creer, quiero mi fe…
Y ahora estoy tan confundido, niebla y humo alrededor,
¿dónde está el sol?, ¿dónde está Dios?,
dime, ¿quién me lo robó?
Y ahora estoy tan confundido, niebla y humo alrededor,
¿dónde está el sol?, ¿dónde está Dios?,
dime, ¿quién me lo robó?
El retraso había logrado que mi mal humor se desatara, pues mi idea original era llegar puntualmente a las 6 de la tarde. La lluvia, la espera de mis acompañantes y sobre todo, la espera del MIO, que a mí se me hizo una eternidad, hicieron que mis prejuicios contra ésta experiencia aumentaran, me parecía que el universo entero se estaba confabulando para demostrarme que todo lo relacionado con el tema era del tipo calamitoso, y claro, para todo aquel que no esté acostumbrado, es de lo más natural pensar de esta manera, porque después de todo ¿quién puede sentirse del todo a gusto y cómodo cuando se encuentra próximo a enfrentarse y ser, de cierto modo, parte de un culto que socialmente genera rechazo, temor y hasta odio?. Sí, yo sabía que era un culto para muchos desconocido, pero así como era desconocido, también era calificado abiertamente como molesto, ruidoso y sobre todo blasfemo.
El sábado 28 de Marzo, a las 7 de la noche, una hora más tarde de lo previsto, me encontré en una calle oscura, con casas de aspecto antiguo y abandonado, pues en ninguna se veía señal de movimiento o alguna luz encendida filtrándose por las ventanas, y para completar la escena, grandes árboles situados a ambos lados de la calle, los cuales daban un aspecto que si bien no era tenebroso del todo, al menos hacían preocuparse bastante por la seguridad personal, pues desafortunadamente, en una ciudad como Cali, una calle con ésta descripción siempre hace pensar “en cualquier momento aparece un ladrón de atrás de alguno de esos árboles, y no hay nadie a la vista para ayudarme”. Hacía frío y justo frente a mis ojos, se levantaba imponente una casa que nada tenía que envidiarle a aquellas que aparecen en las películas de terror; tampoco en ella había señales de la presencia de alguna persona, pues estaba completamente oscura y silenciosa. No estaba segura de que fuera el lugar correcto, sin embargo, avancé, puesto que la persona que me había invitado se movía con total seguridad y soltura por el espacio que nos separaba de la puerta principal, la cual estaba abierta.
Al entrar, nos encontramos con un pasillo que conducía a lo que parecía ser un comedor, aunque éste también se encontraba en penumbra; el suelo de baldosas estaba húmedo aún por la lluvia, y el aire frío se colaba por las ranuras de la puerta y las ventanas del frente, acentuando la sensación de que algo no estaba bien, aquello no se parecía en nada a la idea que me habían vendido de una iglesia cristiana, pero continué avanzando. No me percaté de la puerta que se encontraba a un costado del pasillo, hasta que mi guía se paró frente a ella y acto seguid, la abrió de golpe. El susto que me di fue inmenso cuando más allá de las luces provenientes del cuarto, escuché los gritos de varias personas que se encontraban adentro; tras el impacto vino el desconcierto, luego el alivio al comprobar que estábamos en el lugar correcto y, finalmente, curiosidad por saber quiénes eran esas personas tan efusivas, y claro está, cómo era una reunión de jóvenes cristianos. Efectivamente, me encontraba en la Comunidad Betel.
Al entrar al cuarto descubrí que era muy grande, con un suelo cubierto por baldosas cuadradas, de color marrón y amarillo quemado dispuestas como en un tablero de ajedrez. Había también 6 mesas grises y rectangulares de mediano tamaño, con sillas, también metálicas dispuestas a su alrededor, aunque éstas de color verde; en el mismo costado en que se encontraba la puerta, había una pequeña cocina, en donde dos mujeres mayores se encontraban charlando mientras cocinaban. En la parte delantera del gran cuarto se encontraba una amplia tarima bien iluminada, al igual que el resto de la estancia. Ciertamente, este cuarto me recordó a alguno en el que había estado unos años atrás durante un retiro espiritual. 18 personas nos saludaban alegremente mientras íbamos entrando, nos pidieron que nos presentáramos y luego nos invitaron a tomar asiento para iniciar con la actividad, afortunadamente aún no habían iniciado.
La indicación era que en una hoja que nos habían dado, debíamos escribir nuestros proyectos a corto y largo plazo, nuestros miedos, aquello que queríamos cambiar de nosotros y de nuestras vidas, y por último, nuestro mayor deseo. Hasta ese punto me pareció una actividad de lo más normal, sin embargo, mi opinión cambió radicalmente cuando el mayor de los presentes, quien había dado las indicaciones, y que por ende era el líder, empezó a preguntar cuánto estábamos dispuestos a dar con tal de que se cumpliera todo aquello que habíamos escrito en la hoja. Según este juego, él era Dios, y por ser Dios, tenía todo el poder para sacarnos los ojos, cortar nuestras manos y piernas, o tomar nuestras vidas para servirle como sus esclavos, todo a cambio de que cuando él lo quisiera, nos concedería todo aquello que escribimos. No aceptaba una negativa por respuesta, parecía que, obligatoriamente, debíamos entregarle alguna parte de nosotros, porque de lo contrario no obtendríamos nada; aquellos que lograron negarse, incluyéndome, fuimos ignorados, como si hubiéramos dejado de contar por no haber dejado que “Dios” nos mutilara o nos privara de nuestra libertad.
Minutos más tarde, la explicación fue que, por nuestro propio esfuerzo no era posible que consiguiéramos algo, sino que todo dependía de la voluntad de Dios, y que por cada petición o acción debíamos estar dispuestos a entregarle cualquier cosa que Él quisiera. Ninguna persona debía negarse a su voluntad, porque de lo contrario, Dios impondría un castigo. En toda la sesión, que duró una hora, todo giró en torno a que a Dios debíamos temerle, y que a Jesucristo, debíamos reconocerle siempre su superioridad, porque de no hacerlo, las puertas del cielo jamás se abrirían para nosotros. El perdón no existió en esa hora, y pensé que me encontraba ante una deidad completamente diferente a la que conocía, pues al ser católica, mi noción de Dios consistía en un ser bondadoso, que ofrecía su perdón ante nuestros errores, y nos daba la posibilidad de reivindicarnos. Este Dios, aunque parezca blasfemo, se me pareció más a un padrino de la mafia, que te da lo que pides, pero te cobra el doble y con intereses; un ser vengativo y arrogante frente al cual no es posible hacer mucho más que postrarse en señal de obediencia y sobretodo, temor.
Tras el sermón atemorizante, el hombre que dirigía al grupo cerró la sesión con una oración, en la cual, para mi asombro no estuvo presente el gesto de santiguarse, simplemente, al final hubo un “bueno muchachos, pueden irse”. Desconcertada por esta experiencia de intimidación hacia los jóvenes cristianos, me dirigí a mi casa, esperando con ansias el día siguiente, pues iría a un “culto”, como lo llaman ellos, y que es diferente a la reunión para jóvenes que se realiza los sábados. Esta vez iría a una iglesia más cercana, pues quería contrastarlas y saber qué similitudes o diferencias había entre ellas.
A pesar de lo corto que había sido este primer encuentro con un grupo cristiano, ya rondaban en mi mente algunas preguntas, referentes al por qué tantas personas elegían esta fe que les imponía una actitud servil y débil frente a una deidad imponente que les entregaba todo, pero a la vez les exigía entrega absoluta y sumisión. ¿Acaso es tan grande la necesidad de un consuelo espiritual en nuestra sociedad? Como fuera, preferí esperar al domingo para cerciorarme o retractarme de mis especulaciones.
A las 11 de la mañana del día siguiente, me encontraba en la entrada del centro cristiano, “El Nazareno”. Era increíble la cantidad de autos que intentaban aparcar en este lugar, y más aún, la aglomeración de personas que hacían fila o para pagar por sus peticiones o para entrar al sitio en donde se realizaría el culto, me uní a esta fila y rápidamente estuve adentro. Me tomó unos segundos ubicarme y tomar conciencia del montón de sillas de plástico blanco que se encontraban allí, puestas en cualquier dirección y por todo el amplio espacio de paredes blancas. Pese a que afuera hacía frío, pues había estado lloviendo, en el interior de la gran casa se sentía un calor incómodo causado por la aglomeración de personas que hablaban y se movían apresuradamente en busca de los mejores puestos. Bastante nerviosa por la situación, procedí a buscar silla libre próxima a la tarima adornada con grandes floreros, micrófonos, instrumentos musicales, y un podio de madera maciza, en la cual supuse que se situaría el pastor para predicar a toda la comunidad Nazarena. Mi asiento, no estaba ubicado precisamente frente a la tarima, pues en esa zona ya no había nada libre, pero en compensación, estaba justo en frente de una pantalla plana de unas 32 pulgadas que se encontraba suspendida del techo, como tantas otras esparcidas por todo el espacio. Frente a estas pantallas, pensé que la gran mayoría de iglesias católicas no cuentan con los recursos económicos para un lujo de este tipo… Quizás si pudieran costearlo, más católicos asistirían a misa, quién sabe… ciertamente ver la pantalla era más cómodo que estirar el cuello, aguzar el oído y forzar la vista para atender a lo que pasa en una iglesia católica.
Una vez que la gran mayoría de personas estuvieron ubicadas en sus sillas, comenzó un mini concierto que duró los primeros 40 minutos del culto, el juego de luces en el escenario, las transiciones de las tomas en las pantallas y en conjunto toda la música, me parecieron algo completamente raro en una iglesia y hasta extravagante, sin embargo, podía notar como la música con ritmos modernos y pertenecientes al género del rock, atrapaban al público que cantaba y aplaudía feliz, entregado a la música y a la letra de las canciones que alababan a un Dios protector, razón de su existencia. Miraba a quienes estaban a mi alrededor, y en sus ojos se veían reflejada una gran alegría y sobretodo, completa disposición para el ritual, lo cual, según mi experiencia religiosa, no suele ocurrir en una iglesia católica, donde las canciones son lentas y donde la mayoría de las personas tienen una expresión en sus rostros que refleja aburrimiento y monotonía. ¿Por qué esta entrega?
Cuando inició el discurso del pastor, noté inmediatamente una similitud con la noche anterior: temor a Dios. El pastor era un hombre de unos 50 años, vestido elegantemente, y que a través de chistes flojos, al menos para mí, pretendía que su público se convenciera de sus palabras, primero, anuncios que implicaban la próxima visita de “hombres muy usados por Dios”, lo cual no entendí sino hasta la quinta vez que lo pronunció… estos hombres, son un tipo de marionetas que Dios emplea para expresar su voluntad y en el caso de los Nazarenos (no me atrevo a generalizar), lograr que se lleve a cabo la “boda del cordero”, la cual, contrario a mis especulaciones, no incluía animales ni nada por el estilo, sino a un novio, Jesucristo, y a una novia que Dios preparaba, es decir, la iglesia. A partir de un pasaje de la Biblia, del libro del génesis, en el cual Abraham enviaba a uno de sus más fieles sirvientes en busca de una mujer para su hijo Isaac, el pastor empezó a explicar las características que dios había estipulado para la novia de Jesús, aunque en la Biblia jamás se mencionaron, pero el aseguraba que eran: una identidad firme, carácter y ser servil. Claro, de forma radical, la identidad de la iglesia cristiana jamás debía verse doblegada o tentada por otras religiones, debía tener un carácter un férreo y poner todo de sí a disposición de Dios, ante el cual también debía ser servil, obedecerlo en todo, porque se reitera: “Dios es muy bueno, siempre y cuando le entreguemos todo lo que tenemos sin dudarlo, de lo contrario, fácilmente puede quitarnos todo; es impensable que haya quienes no le teman a Dios”
Los niños fueron separados, de sus padres y enviados a diferentes salones de la gran casa, clasificados por edades desde los 3 años, a mi parecer, edad a partir de la cual se es más consciente de todo... cual mercancía, los niños son numerados, de esto me di cuenta, porque en la pantalla frente a mí apareció unos minutos más tarde un letrero que anunciaba: “la madre del niño #8 presentarse a la sala cuna”; me habría gustado saber qué hacían con los niños en esos salones, aunque con lo que ya había visto hasta el momento, podía hacerme una idea sobre lo que les estaban inculcando. Hubo una inconsistencia que me pareció alarmante, no tanto por la naturaleza de la misma, sino por la reacción que debió haber causado y que no se produjo: de manera inconsistente, el pastor había declarado antes que ellos eran un grupo religioso, sin embargo, más tarde, terminando el culto, proclamo que “la religión embrutece, es una maldición”, pero nadie más se dio cuenta, el público sólo repetía efusivamente “amén, amén…” con gestos expresión encantada, lo cual daba algo de miedo porque parecía que no razonaban lo que escuchaban, sino que seguían como autómatas lo que su pastor les decía. Para el final del culto, el miedo me había ganado y estaba desesperada por salir de ese lugar, no podía entender cómo con un pasaje de la biblia, modificado e interpretado de la forma más extraña y sospechosa, la gente había terminado con lágrimas en los ojos, riendo fascinados con las manos en alto repitiendo “amén, amén, amén…”. Sentí que acababa de presenciar un lavado cerebral, en el que a esa gente les habían prometido riqueza material, poder y vida eterna, a cambio de servir siempre a un Dios aterrador pero inmensamente poderoso.
Al final del culto, el pastor invitó a los “hermanos nuevos” para que se quedaran un momento, ya que luego él les daría la bienvenida a la comunidad; ante esta invitación, apresuré el paso hacia la salida, pues paranoica, creí que alguno de los fieles notaría que era nueva y me tomaría del brazo para llevarme con aquel hombre que me había parecido tan soberbio y manipulador.
Estando fuera, donde de nuevo se sentía frío y se podía caminar sin tropezarse con nadie, pensé que nunca vi una iglesia católica tan llena de fieles entusiasmados y devotos como los vi aquí… En comparación con los grupos cristianos, el catolicismo se muestra mucho más flexible, con un Dios de bondad y dispuesto a perdonar nuestros errores, así como a darnos la libertad para elegir las acciones que realizamos. Mientras que el pastor Nazareno oraba por bienes materiales con fuerza, en la iglesia católica nos enseñan que los bienes materiales no son lo más importante… Entonces, ¿por qué teniendo un trato más “amable” por parte del catolicismo, había tantas y tantas personas entregadas a un grupo religioso tan radical, que concede dosis enormes de sufrimiento y culpa por cada mínimo error que se cometa? Tal vez esta flexibilidad y suavidad de la iglesia católica no es suficiente para llenar los vacíos espirituales de las personas, tal vez la comunidad se sienta tan resquebrajada por los problemas que se presentan en sus vidas, que necesitan una satisfacción, un aliciente, que en este caso se manifiesta en una deidad dominante que paso a paso les marca el camino que deben seguir. Quizás este grupo religioso, con sus promesas de grandeza y las puertas abiertas al cielo, alivia a las personas que necesitan creer que hay una solución “milagrosa” al alcance de sus manos.
A partir de mi experiencia, entendí que no se trata de los buenos oradores que sean estos pastores, porque no lo son, sino de qué tan vacías se sientan las personas que acuden a estas iglesias, qué tan necesitadas se encuentren de algo en qué creer…y mientras la iglesia católica continúe con su pasividad tanto en celebraciones como en sus mensajes, las iglesias cristianas, siempre seguirán llenándose hasta lo impensable de personas en busca de fe y consuelo, pero eso sí, con voz firme que les asegure que todos sus problemas tienen solución allí mismo, que todo lo pueden lograr porque hay un Dios que se encargará de ello, siempre y cuando sean buenos y obedientes, una condición, que seguramente, en momentos desesperados no significa gran cosa. Tras estos dos días de haber presenciado celebraciones cristianas, no me queda más que sentirme conforme con el catolicismo, que no me exige tanto y me trata más suavemente, por lo menos ahora, que espiritualmente no me encuentro quebrantada ni desesperada por una solución que mágicamente recae en algunos hombres, que se hacen llamar pastores, “hombres muy usados por Dios”.
Marx tenía razón, la religión es el opio del pueblo, el alivio para las masas oprimidas que buscan consuelo…